Luz del Carmen Vilchis Esquivel
Resumen
Este trabajo se refiere a la lectura del denominado texto visual, es decir, aquel que surge en representaciones verboicónicas, en particular en los libros de artista, género plástico que surgió en el decenio de 1960 y que se ha consolidado durante años en
modalidades de narrativa en las que el objetivo primordial es la visualidad, cuyo referente conceptual más importante es el libro y la acción que propician una lectura alternativa que es posible analizar desde las catego rías de la antropología del sentido y la hermenéutica analógica.
Abstract
This work deals with the reading of the called visual text, the one that emerges in verbal and iconic representations, particularly artists’ books.
This plastic genre came since the sixties and has been consolidated for decades in narrative ways whose primary issue is the visuality. Here, the main concept is the idea of the book and the action is propitious to an alternative reading that can be analyzed since the categories of sense anthropology and analogic hermeneutic.
Cuando en leer se piensa, la alusión inmediata nos refiere a los textos escritos, y las reflexiones sobre la lectura poseen implicaciones de carácter lingüístico, social y cultural. Está comprometida una serie limitada de signos —el alfabeto—, cuyas relaciones son inconmensurables. Leerlos supone su aprendizaje, el conocimiento de sus diversos vínculos y la capacidad de asociarlos con el entorno. Asimismo, requiere la cercanía con los textos en cualquier forma que se presenten, desde el grafiti de una barda, volantes, folletos, cuadernillos, periódicos, textos electrónicos, hasta el antiquísimo objeto denominado libro.
Leer un libro implica tiempo y espacio, concentración y atención; se suman a las habilidades de la lectura las posibilidades derivadas de su contenido. Porque un libro representa la máxima unidad de un pensamiento fijada en un soporte por el cual se puede deambular a partir de los desplazamientos que nuestras manos y ojos efectúan en un minúsculo universo encuadernado, que per se tiene un sentido, permitiéndonos, además, adjudicar excedentes de sentido desde nuestras experiencias, conocimientos y evocaciones.
Un libro de artista es un objeto en el cual, partiendo de la categoría universal del libro, se transgrede el contenido para dar paso al texto plástico, aquel en el que la visualidad añade a letras y palabras, imágenes, objetos, texturas y modalidades de materialización que propician alternativas a la lectura convencional.
Las secuencias de un libro de artista pueden ser diacrónicas o sincrónicas; en cualquier modalidad, se trata de narrativas en las que el contenido condiciona la forma y los recorridos visuales tienen referentes conceptuales ineludibles, fusionados de tal manera con la propuesta plástica que sin la claridad que ofrece es imposible comprender el sentido de la lectura y
toda interpretación resulta segmentada y parcial.
Los libros de artista constituyen complejos peculiares de signos, cuya característica fundamental es la polisemia que, como régimen antropológico del sentido, se manifiesta, según Barthes (2002), en el sentido literal; es decir, el que se puede visualizar y describir a partir de la sintaxis visual, añadiendo las analogías a los antecedentes formales y de contenido, las implicaciones de intencionalidad del artista y el sentido anagógico, oculto,
profundo y secreto, porque desvela la esencia del manifiesto polisémico.
La narratividad de los libros de artista expone pasajes íntimos y levanta la voz de la imaginación visual hacia el espectador-lector. Su naturaleza siempre es paradójica y abre relaciones dialógicas particulares y privadas; en ellas, el receptor pregunta de modo incesante al texto visual que responde de múltiples maneras, sobre todo, por la riqueza plástica de su realización material como el armado de folios, la inclusión de encuadernaciones tradicionales o alternativas, los numerosos fragmentos de imágenes o las colecciones de objetos raros.
Para desglosar el sentido del libro de artista, hay que iniciar por las analogías pertinentes con el libro tradicional. La primera de ellas y principal alude a la autoridad conferida a los libros, a su poder como contenedores de conocimiento y sabiduría. El libro es un signo de civilización y cultura, una secuencia epistemológica que se aprehende en el tiempo, posee un principio y un fin y suele estar cubierto por elementos físicos que lo identifican, unifican y protegen.
El libro es un objeto; se toca, se acaricia y se recorre en sutiles movimientos, mientras una mano lo sostiene, los dedos de la otra separan los folios y los cambian de lugar para transitar por los textos. Cuando la lectura se interrumpe, se marca el sitio paralizando el pensamiento sobre el contenido.
El libro es un objeto en el que se depositan horizontes de comunicación y la expectativa de que ésta será recibida en algún momento y lugar, no como un ente que se desplaza, sino en su calidad de texto fusionado objetualmente a una esfera particular de la que es inseparable y “ocupa un espacio físico, la estantería, por ejemplo […] la obra se sostiene en las manos” (Hellion, 2003: 305), el texto se sostiene en el pensamiento formando parte del corpus
de las ideas y de la memoria intelectual de los individuos.
El libro de artista también es una esfera objetual, cuyo espectro de significación depende, en principio, de las confrontaciones formales con las estructuras básicas de los libros convencionales cuyos formatos, orientaciones y direcciones de legibilidad siempre son transgredidos en los límites en que se continúa comprendiendo como un libro y no como
otro tipo de obra. De facto, ello define la narrativa de la que se derivan géneros específicos a partir de las interacciones de la vista, el tacto, el oído y el olfato.
Así, se afirma que tal experiencia estética es multisensorial; si bien en su origen es determinante su naturaleza como texto visual, la participación de elementos que conducen hacia otros sentidos propicia que las secuencias sean espaciales, temporales y perceptuales, “es algo para leer no solamente porque hay un sentido (es algo legible), sino también porque
ese sentido es múltiple, porque desborda lo literal: hay un demasiado-lleno de sentido […] está atiborrada de connotaciones” (Barthes, 2001: 122).
El espectro de los libros de artista es amplio; Cornelia Lauf y Clive
Phillpot (1998) intentan compilar una taxonomía que incluye las experimentaciones con revistas, ensambles, antologías, biografías y autobiografías, escritos, diarios, manifiestos, poesía visual y poesía verboicónica, documentos personales y oficiales, libros de bocetos, álbumes, inventarios, registros, historietas, libros rápidos, interpretaciones elaboradas en técnicas de dibujo, estampa, serigrafía e ilustración, muchos de los cuales participan de tránsitos geográficos mediante el correo, el fax, el correo electrónico y otros recursos de movilidad. Otros autores añaden los libros de viaje, los libros intervenidos, las agendas y los libros blancos.
Lo cierto es que los libros de artista, de acuerdo con Miguel Ángel Carini Capalbo (2006), hablan de la preocupación por propuestas metafísicas, lúdicas, poéticas, existenciales, históricas, mitológicas y de identidad como repertorios de búsqueda en asuntos esenciales de la condición humana: recorridos visuales, viajes imaginarios o reales, sueños, pérdidas, vida familiar, relaciones y rupturas, denuncias de abuso, violencia, guerra y genocidio, la esperanza en el género humano y la consternación por el futuro, aunados a propuestas de expresión y acción.
Los órdenes simbólicos de esta imaginería fijan la experiencia y el conocimiento en la memoria plástica de varias generaciones. Las narraciones siguen hilos conductores de nuestra cultura y de la civilización como en el pasado lo hicieron los correos parlantes, los trovadores o los ancianos relatores de historias; todos ellos afirmaron una y otra vez la importancia de los espacios de síntesis y de expresión de la sociedad. En hermenéutica, esto se denomina horizontes de la tradición, los cuales se incluyen, en forma inevitable, en todo proceso de interpretación. El libro de artista lo es, añadiendo el excedente de sentido de reinterpretarse a sí mismo constantemente, reciclando estructuras plásticas en espacios determinados por la secuencialidad, la temporalidad, la multiplicidad de lenguajes, la diversidad de contenidos y los formatos que siempre llevan el sello indeleble del objeto de arte en modalidad de libro.
El sentido del encuentro con un texto visual autocontenido puede desplegarse en prácticas alternativas de legibilidad: izquierda-derecha, derecha-izquierda, arriba-abajo, abajo-arriba, de modo aleatorio, desplegando acertijos, convocando los cinco sentidos para aprehender el flujo de cada una de las propuestas; es decir, para leerlas.
La lectura consiste en crear expectativas de forma, de estructura y por
encima de cualquier otra cosa, de significado […] lo que vemos […]
no sólo es insumo sensorial, sino un sistema semiótico: signos para
ser interpretados [a partir de los cuales] podemos trazar información
de otros sistemas de lenguaje para resolver la ambigüedad [Goodman,
2006: 78, 113, 15].
El libro de artista tiene sentido propio por sus ambientes de secuencias narrativas; si consideráramos qué quiere proponer el artista, entonces se anula su vigencia, importancia y trascendencia como una de las artes alternativas vigentes.
La gestualidad estética requerida para significar un libro de artista es particular. Su proyecto implica un mapa descriptivo de los contenidos y decisiones acerca de la interacción y los materiales propicios para su desarrollo. Además, se opta por la fusión de imágenes y textos en ambientes que no necesariamente son de papel —a veces se trata de telas, plásticos, madera, metales, vidrio— y con frecuencia abren propuestas de despliegue del contenido: códices, acordeones, banderas, encuadernados, persianas, despliegue de folios o dobleces de papiroflexia. Cada complejo de estos factores contribuye a significar los libros de artista: rígidos, flexibles, suaves, tersos, rugosos, ásperos, lisos; cada uno de ellos conjunta, de manera inherente, forma y contenido para dar paso al sentido único proyectado a partir de integrar y unificar la idea, a través de la estructura, la forma, la materialización y el contacto con el receptor.
Así, hay libros de artista que aluden a la naturaleza, sus características orgánicas, materiales naturales y temáticas acerca de los problemas de protección y conservación; que proyectan la delicadeza de los elementos, las posibilidades del reciclaje, las agresiones de ciertas acciones y la fragilidad de los recursos con los que contamos.
Lo corpóreo es otro de los significados recurrentes en los libros de artista. Esta temática sintetiza en su sentido la semantización de los misterios del cuerpo, desde la sensualidad hasta la escatología, incluyendo profundas crisis respecto de la concepción del propio cuerpo, de la incapacidad de reconocerlo en su profunda complejidad y las constantes reacciones en contra de su estabilidad. La desnudez, la gestualidad, la morfología, el nacimiento y la muerte, la salud y la enfermedad, las diferentes etapas de la vida y sus evidencias físicas, psicológicas y emocionales.
No se pueden eludir en el tema del cuerpo los asuntos de las mutilaciones tanto primitivas como quirúrgicas, experiencias vertidas en los libros mediante formas de tatuajes realizados sobre soportes de piel, engargolados y de suajes como un modo de referirse a las cirugías, las incisiones y, en especial, al dolor, padecimiento y expiación.
Dentro de las prácticas semánticas en los libros de artista, el relato biográfico o autobiográfico destaca por sus coincidencias diacrónicas con los encadenamientos de ideas en el tiempo. El libro aquí no sólo es una secuencia de espacios, también lo es de momentos significativos, de
evocaciones de la denominada “mirada interior” o introspección visual, representación que resulta de los escrutinios que acumula nuestra memoria, reconocimientos categorizados según el nivel de significación para los ojos que los captaron. En el libro de artista, las vidas se deconstruyen en secuencias relacionales vinculadas con frecuencia al sentido de iden-
tidad, presencia y consonancia. Es una de las experiencias vicariales de semantización en este género artístico. Es el lenguaje de los proyectos no realizados, de la materialización de los sueños, de la inmensidad, “categoría filosófica del ensueño”, según Gastón Bachelard, que se halla en nosotros “adherida a una especie de expansión de ser que la vida reprime, que la prudencia detiene, pero que continúa en la soledad […] es el movimiento del hombre inmóvil” (Bachelard, 1992: 220-222). El ensueño y las evocaciones son recursos permanentes del trascendente psicológico de los libros de artista.
En oposición a las apelaciones del inconsciente, Krystyna Wasserman (2007) menciona la conciencia social, el enfrentamiento con lo público, aquello cuya significación ha dejado vestigios de experiencias políticas, líneas de pensamiento, acontecimientos históricos y de vestigios espaciales y temporales que se han filtrado a través de la historia. Uno de los manifiestos más importantes en los libros de artista ha sido el sentido histórico, la responsabilidad y el compromiso de denuncia, sobre todo, de los periodos de crueldad y sus circunstancias específicas.
Un libro de artista no es un correlato intencional del acto de percepción visual. Aquí, la noción de sentido no se refiere a secuencias de situaciones evocadoras; sus datos visuales son referentes documentales distintos de la vivencia física, de la cercanía con el objeto o las personas.
Son significaciones tan válidas como los objetos imposibles —círculo cuadrado, materia inextensa, perpetuum mobile, etcétera— porque tienen una proposición precisa y distinta sin exterior tangible; se basan en el aprendizaje, en la tradición y sus conexiones.
Tal es el sentido temporal de la imagen, cuyo proceso de semiosis en el libro de artista se expresa en las categorías de la duración, del pasado, del presente, del acontecimiento y la sucesión, del futuro, de la sincronía y la asincronía, factores que posibilitan estructurar los contenidos del libro de artista con base en la memoria episódica cuyo sentido, consecuente con las pautas conceptuales que le subyacen, se integra a la memoria semántica, desarrollando, con ello, la capacidad inferencial de las imágenes mentales y de las construcciones evocadoras del imaginario colectivo.
Dicha reconstrucción antropológica de significados (Ortiz-Osés, 1986) y su proceso de semiosis o resemantización es una de las características de los libros de artista que no se comprende si no se penetra en el conjunto de su particular estructura, en principio, no lineal, en virtud de que la lectura e interpretación de sus textos no es posible si se consideran desde
la horizontalidad o la verticalidad.
El nexo con cualquier libro de artista es aleatorio, inmerso en un contexto, enlazado con otros códigos y otras imágenes que permiten el reconocimiento de pertenencia o identidad, con los referentes de la memoria y cadenas de reminiscencias que mueven un fragmento singular en la comprensión del mundo.
No se puede explicar el sentido de los libros de artista a partir de su unicidad o multiplicidad, de su autonomía o su dependencia o de desplazamientos de su materialización. Su sentido se encuentra primero en el aspecto lúdico, que representa los límites de la definición del libro, sustento concebido como el campo metodológico fundamental. En segundo lugar, el sentido de los libros de artista radica en la simbiosis espacial, temporal y material que proporcionan su secuencialidad, condiciones de legibilidad y procedimientos participativos.
Por último, el sentido de los libros de artista se manifiesta en la compleja construcción de códigos cuya urdimbre en permanente movimiento resulta implicativa; es correlacional, porque siempre se presenta como una mediación basada en complicidades, surge de vivencias y se expresa en elementos visuales articulados en una red diacrónica no lineal, cuyos relatos definen direccionalidades de significación siempre condicionadas por los procesos perceptuales y sensoriales.
Conclusiones
En consecuencia, los libros de artista son —desde el punto de vista semiótico y en una analogía con las teorías de Sloterdijk (2003)— esferas que están en permanente interacción; en ellas, la imaginación expone lo presente y lo ausente, se interpretan evocaciones en condiciones donde el imaginario se desplaza, deforma, re-crea, transgrede, expande o transforma, definiendo así las infinitas fronteras de sus contenidos.
Para leerlos, se requiere del conocimiento de la alfabetidad visual, del dominio de la gramática visual y de la aplicación de principios estructurales bien delimitados en el contexto de la plástica. Un libro de artista es un texto visual, se puede ver; sin embargo, para entenderlo debe mirarse en operaciones receptivas que suponen una práctica especializada.
El texto visual en el libro de artista “aparece como algo abierto, connotando las acciones de relacionar y construir conocimientos” (Verón, 1998: 123), cuyo soporte es la forma y las configuraciones específicas que concretan su contenido. Leer el libro de artista supone el acercamiento antropológico a sus enunciados gráficos, a sus referentes que suelen presentarse en su naturaleza analógica, permitiendo surgir su sentido y significado conceptual, es decir, su paradigma estético.
Bibliografía
Bachelard, G. (1992). La poética del espacio. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Barthes, R. (2002). Variaciones sobre las escrituras. Barcelona: Paidós.
——— (2001). La Torre Eiffel. Textos sobre la imagen. Barcelona: Paidós.
Carini Capalbo, M. A. (2006). Libros de artista y ediciones de arte. Guadalajara, México: Feria del Libro.
Hellion, M. (2003). Libros de artista I. Madrid: Marta Hellion /Turner.
Goodman, K. (2006). Sobre la lectura. Una mirada de sentido común a la naturaleza del lenguaje y la ciencia de la lectura. Barcelona: Paidós.
Lauf, C. y P. Clive (1998). Artist/Author. Contemporary Artist’s Books. Nueva York: afa/dap.